Hacia el resguardo de una vida social itinerante
Bajo el nombre de La Exposición Pendiente 1973-2015, el Museo Nacional de Bellas Artes hoy presenta finalmente aquella muestra perteneciente al Museo de Arte Carrillo Gil que, siendo originalmente contemplada para inaugurarse el 13 de Septiembre de 1973, fuera suspendida por el quiebre de la democracia acontecido tras el golpe militar. Así, tras una serie de esfuerzos conjuntos entre México y Chile, la recepción de siete embarques con los atesorados objetos a comienzos del mes de Noviembre requirió de una atención detenida por parte del Centro Nacional de Conservación y Restauración.
En el marco del ingreso de las obras al país, representantes del Laboratorio de Pintura junto a autoridades mexicanas y del Servicio Nacional de Aduanas, fueron invitados a participar del aforo de los contenedores de embalaje con el fin de asistir su resguardo material. Tras la minuciosa inspección de una muestra, el cuidado y bienestar de la tradición mexicana fue asegurado por los enviados del CNCR, en diálogo con la evaluación realizada por el Centro Nacional de Conservación y Registro de Patrimonio Artístico Mueble; no sin animar un pensamiento crítico sobre aquellos aspectos inmateriales aparejados a este corpus artístico que en el presente nos hablan de un diálogo entre naciones.
Y es que el carácter viajero de las obras se hace evidente al observar las huellas que señalan la ruta trazada por los años sobre sus reversos. Como acción lingüística de orden social, las coloridas etiquetas que recitan silenciosamente los destinos visitados por el repertorio mexicano comunican una biografía que, sin dudas, determina aspectos de valoración que no pueden ser ignorados. Si la protección de La Exposición Pendiente resulta ser crucial desde la conservación, la prioridad asignada a la prevención de su deterioro demanda una re-contextualización que nos haga evidente la multiplicidad de valores implicados en las piezas. Después de todo, su vida estético-pictórica, muchas veces pensada en abstracto, ha sido interceptada por una vida social itinerante que en cada acto de circulación construye nuevas capas de historicidad y significado sobre estos objetos.
No hay duda, el sentido estético-iconográfico de la narrativa propuesta por Orozco, Rivera y Siqueiros constituye el punto de inicio de cualquier interpretación posible sobre la exposición. Sin embargo, el transitar de estos objetos por espacios políticos como The Museum of Modern Art, The Pasadean Art Institute, Le Centre Pompidou o el Museo Nacional de Bellas Artes de Chile, en un periodo de alta tensión como fue la Guerra Fría, articula diversos regímenes de valor que han quedado ya imbricados en su existencia. Con todo, la muestra en tanto mercancía cultural permite la convergencia de binomios que de otra forma se encontrarían desvinculados: materia y sociedad, representación y política, arte y diplomacia, modernismo y modernización.
Vistas desde este ángulo, las obras no son únicamente pigmento sobre soporte, sino texto social - acervo de conocimiento basado en múltiples intercambios simbólico-estructurales. Justamente, prueba de ello son las numerosas etiquetas visibles en el reverso de los cuadros, que no operan como apéndices externos, sino como aristas de su identidad temporal. Así, el cuidado de una existencia física conlleva el amparo de una cualidad histórica, pero por sobre todo biográfica. Una merma de la sustancia implica una lesión a la memoria, explicitando el carácter de mediación practicado por el conservador al resguardar aspectos que no competen al objeto, sino a la colectividad.
Ahora, es el rescate de esta vida social itinerante la que en esta ocasión ocupó al Laboratorio de Pintura a través de su participación en La Exposición Pendiente 1973-2015, recordándonos la importancia crucial de mirar en contexto los objetos que, muchas veces en silencio, cobijan numerosas voces del pasado.
Texto de Roberto Velázquez, historiador y especialista en teoría sociológica del Laboratorio de Pintura.