La escultura japonesa Buda Dainichi Nayorai encarna el momento de iluminación de esta divinidad. En su factura destacan múltiples elementos que aluden la personalidad esculpida y a la luz.
En la tradición escultórica budista la simbología ocupa un lugar central "su tendencia al simbolismo se desenvuelve, sobre todo, en el campo de la naturaleza, donde encuentra un reflejo de su propia vida interior" (Gutierrez, 1967: 15).
Para caracterizar a Buda como ser de naturaleza superior se emplean tópicos como tres pliegues en el cuello, lóbulos de las orejas alargados y presencia del tercer ojo (Faunières, 1988: 6).
La materialización de la divinidad solar se expresa a través del aura con forma de un halo dispuesto en la parte posterior, el que tiene dos círculos centrales sobrepuestos, rodeados de figuras vegetales, que aluden a la luminosidad del aura y su potencia.
La postura de manos es el mudra chiken-in e indica la unión de los cinco elementos (tierra, aire, agua, fuego y cielo) con la conciencia espiritual.
En el arte japonés, la presencia de motivos vegetales se relaciona con sentimientos, etapas de la vida y estados de ánimo. Destacan en la imagen la flor de loto, símbolo de Buda y su pureza, la que se encuentra en las bases, halo, collar y corona.
En el halo hay 7 flores, que consignan las etapas para llegar al nirvana y los chacras. En la séptima flor emerge una pagoda, edificio que remite a lo sagrado, meditación y conciencia.
Otro ícono es la rueda del dharma, de la vida o del destino, ubicada en el cuerpo principal de la corona y repetida 5 veces, y se relaciona con:
- El vínculo entre las etapas de la vida, animales, elementos naturales en un flujo, una transformación y una interdependencia dentro del ciclo vital.
- Las enseñanzas de Buda en su primer sermón.
- Sus 8 radios de la rueda simbolizan el óctuple camino que lleva a la iluminación: correcto pensamiento, discurso, acción, manera de vivir, entendimiento, esfuerzo, dedicación y concentración (Smith, 1964:295).